El 4 de julio de 2020 la Tierra pasaba por el punto más alejado del año de su órbita alrededor del Sol, lo que conocemos como afelio. Estábamos a una distancia de 152,1 millones de km de nuestra estrella. Además de ser el punto donde la Tierra alcanzaba el mínimo de intensidad de radiación solar anual (un 7% menos que cuando está en el periheliio, el 2 de enero de 2021), es el punto de la órbita en el que la velocidad orbital es menor.
¿Por qué hace calor en junio si estamos tan alejados del Sol y en enero frío si estamos cerca?
El eje inclinado de la Tierra es lo que provoca que tengamos estaciones a lo largo del año. En junio, el eje apunta hacia el Sol en el Hemisferio Norte y es la causa de que estemos en verano en esta parte del globo, pero en invierno en el Hemisferio Sur.
¿Influye la órbita etc. en el clima?
Sí. La órbita del planeta o la posición de su eje no son fijos y van cambiando periódicamente. Esto provoca que cambie la cantidad de energía que recibimos del Sol y, de hecho, hay ciertos ciclos que se relacionan con cambios climáticos. ¡Y no sólo cuestiones orbitales! El Sol, además, tiene sus propios comportamientos que modulan el clima de la Tierra.
¿Es el Sol responsable del actual cambio climático?
El Sol tiene ciertos ciclos y comportamientos que provocan épocas más frías o cálidas en la Tierra, pero nada de eso es el causante del cambio climático actual. En la siguiente gráfica se muestra la irradiancia del sol comparado con las temperaturas entre 1880 y 2019:
Vaya, pues parece que la energía que nos está llegando del Sol no explica el tramo final de la gráfica… El cambio climático actual no puede explicarse sin la presencia de los gases de efecto invernadero que hemos añadido en el sistema climático. Es lo que llamamos «forzamiento externo», un factor extra que tenemos que añadir al sistema y que, en este caso, son precisamente esos gases de efecto invernadero.
Para ilustrar lo importante que es ese forzamiento externo en la actualidad, os presento una de mis gráficas favoritas del IPCC 2013. Mirad: la línea negra muestra anomalías de temperatura observadas y los colores una simulación de estas anomalías pero sin el forzamiento externo. Es decir, los colores están representando cómo se comportaría el clima si no estuviéramos añadiendo los gases de efecto invernadero extra. La diferencia es clara, ¿verdad?
En cambio, si superponemos la anomalía de temperaturas observadas a la cantidad de CO2 que tenemos en la atmósfera desde finales del siglo XIX obtenemos esta figura en la que se aprecia un ajuste casi perfecto. Como curiosidad, esta figura se conoce comúnmente como «palo de hockey» (o hockey stick en inglés) porque su forma recuerda a la de este objeto.
Nuestras actividades están cambiando el clima del planeta y lo están haciendo a un ritmo vertiginoso, que es lo verdaderamente preocupante. Pongámoslo en perspectiva: mirad cómo ha variado la cantidad de CO2 en la atmósfera desde hace 800.000 años. ¿No os sorprende el ritmo al que se ha acumulado este gas en los últimos años comparado con los miles de años anteriores?
En abril de 2020 llegamos a alcanzar en torno a las 418 partes por millón de CO2 en la atmósfera, un dato que toma una magnitud desorbitada si miramos de nuevo la gráfica anterior y somos conscientes de que el ser humano NUNCA JAMÁS ha vivido con unas concentraciones de CO2 similares.
Por tanto, la relación entre nuestras actividades y el cambio climático es inequívoca pero, al igual que somos responsables de las causas, también lo somos de las soluciones para cambiar esta tendencia y podemos cambiar el rumbo al que estamos llevando al sistema climático.
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